Recientemente asistí a un juego de fútbol en el que jugaría el equipo a quien apoyo en mi país, hacía varios años que no presenciaba uno de sus encuentros por qué me parecía más cómodo mirarlo desde mi casa.
Desde fuera del estadio podía escuchar la barra gritando y animando a mi equipo, era el derbi de la zona, en el partido de ida mi equipo había ganado al que en esa noche era el visitante por cuatro goles de diferencia, es decir, esa noche venían por la revancha.
Al entrar al estadio observé que estaba casi lleno, los colores rojo y azul se hacían presentes a lo largo y ancho del mismo, pancartas, banners y bubuselas estruendosas al máximo unido a los gritos apasionados de los hinchas coreaban el apoyo incondicional hacia nuestro equipo.
Expectante miraba cada una de las cosas que sucedían tanto dentro del campo de juego como en los graderíos; personas riendo, unas comiendo y otras por momentos gritándose entre sí, la verdad estábamos disfrutando de cada jugada que hacían, a veces nos enojábamos con el árbitro por pitar algo que a nuestro parecer no era así, el partido estaba reñido hasta que…llegó el primer gol en contra en los primeros minutos de la segunda mitad, por un momento me sentí un poco decepcionado pero estaba casi seguro que mi equipo empataría luego y posteriormente anotaríamos el gol de la victoria todo esto para cerrar una noche de retorno a los estadios de forma espectacular.
Al término del partido me hubiese gustado hacer alarde con toda la emoción posible del triunfo de nuestro equipo y de la forma en que empatamos y ganamos esa noche… pero, la realidad era otra, esa noche perdimos por (3-1).
Creo que mi regreso de apoyar a mi equipo desde el estadio no fue muy satisfactorio que digamos, pero hay algo que si puedo rescatar de ese encuentro y de esa ida al estadio que llamó mucho mi atención, y es que de todo lo que pude observar esa noche lo que todavía aún recuerdo es ese grupo de personas que vestidas todas con los colores rojo y azul de mi equipo, coreando, gritando, saltando, levantando las banderas, incansablemente nunca dejaban de apoyar, desde antes del partido,en el partido, y aún cuando nos habían hecho no uno sino tres goles, estos apasionados seguían echando porras y diciendo Tu Puedes, Tu Puedes; el partido había concluido y ellos seguían aplaudiendo como verdaderos hinchas.
Nuestro Dios hace lo mismo con nosotros, él nos permite jugar el partido de nuestras vidas, nos capacita para que juguemos y lo hagamos bien, su deseo es que ganemos, que vayamos de victoria e victoria, que luchemos por ganar el campeonato, eso sí, Dios sabe que no todas las veces ganarás, no todas las veces las cosas te saldrán bien o como esperas que salgan, y porque sabe que en el partido de nuestras vidas es así, que a veces tendrás que perder, él como hincha fiel está desde las gradas gritándote, levantando banderas por ti y coreándote lo que dejó escrito en el libro de Isaías.
“No tengas miedo, pues yo estoy contigo;
no temas, pues yo soy tu Dios.
Yo te doy fuerzas, yo te ayudo,
yo te sostengo con mi mano victoriosa”
(Isaías 41:10)
Este día no mires el tablero de resultados, posiblemente has estado perdiendo por goleada estos últimos días, pero hoy quiero decirte que Dios te está apoyando desde las gradas, él sabe que no siempre ganarás pero que si tienes la capacidad para ganar el campeonato, si has perdido una, dos o muchas veces…tranquilo, tranquila, son solo 90 minutos. Escucha los gritos del mejor y apasionado hincha que te dice: Tu Puedes, Tu puedes, Yo estoy contigo, No temas pues YO SOY TU DIOS, no estás solo.
Dile a Dios:
Gracias Señor porque sé que en los momentos de victoria como en los de fracasos puedo contar contigo, ayúdame a no depender de las circunstancias, quiero depender siempre de ti, quiero escuchar tu voz que me anima, ayúdame a ganar este campeonato de la vida, quiero disfrutar tu victoria, en Cristo Jesús, Amén.
Escrito por: José Eduardo Sibrián
Jose Eduardo Sibrian - El hincha fiel
Reviewed by Ernesto Gutierrez
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20:46
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